
NO SON HORAS
Por Marco Zorzoli
Si sumáramos las veces que pasamos por esto, el cálculo no acabaría nunca. Y aunque parezca que la situación actual es diferente, en realidad no varía tanto de las anteriores. La parte de estar a la mitad de un proceso y haberse quedado sin nada más para aportar, es sin duda, angustiante.
Cuesta aceptar que a este año al que le faltan sorprendentemente dos meses haya sido desperdiciado. En todos los niveles. No se han podido elaborar consensos significativos. La unidad nacional se desvaneció insólitamente y aprendimos lo efímera que resulta ser la esperanza en este suelo. El plan para contrarrestar el virus, desde el lado que se lo mire, fracasó. Se destaparon conflictos que dejaron de ocultar problemas estructurales. La economía repitiéndose incesantemente. Y tal vez lo peor, una grieta que se ensancha aún más y que no presenta caminos lógicos hacia la recuperación. Balance negativo.
La semana arrancó con una postal de la fractura social cotidiana a la que nos encontramos inmersos. Otra marcha en oposición al gobierno en un día feriado. Los días de cuarentena, además de ser semejantes te aseguran este tipo de manifestaciones aunque sea una vez por mes: es la misma marcha, con la misma gente haciendo reclamos legítimos pero no tan urgentes a la que el gobierno espera agazapado para subestimar. Más allá de no ser el momento adecuado para realizar ese tipo de movilizaciones y de los análisis improductivos sobre quién ganó la calle en una pandemia, ese público existe y el gobierno actuando de esta manera profundiza su incapacidad para leer a la clase media.
La semana pasada fueron las internas en el Frente de Todos por el tema Venezuela y si la apertura de esta tuvo a la tan elevada marcha, era de esperarse un trajín a pura chicana y debate polarizado. El mayor síntoma de desgaste del gobierno suele manifestarse con la corrida constante detrás de los problemas, que no son necesariamente los que le interesan a la gente.
Para cerrar el lunes ideal, Macri volvió a hablar. A modo de confesión y autocrítica que sólo parece haber apreciado él: le habló directamente a Cristina comparándola con Maradona y lamentó haber delegado los acuerdos políticos. En pocas palabras confirmó el complejo que se sostenía sobre él y su gobierno. Al asumir se topó con tanto poder que su decisión fue delegarlo, algo tan común como entregar el Ministerio de Agricultura al presidente de la Sociedad Rural, o el de Transporte al dueño de una concesionaria que quizás pueda confeccionar unas espectaculares Autopistas del Sol o el de Energía al gerente de una compañía de hidrocarburos. Levantó el cepo y derogó la Ley de Medios, todo en sus primeras semanas tratando de sacarse de encima las potestades para luego elaborar el mismo discurso que expresó después de las PASO arrojando culpas con su leitmotiv vigente: “No fui yo, fueron los que me rodeaban”. En fin, fue tal el desastre que su máxima defensa sigue siendo confrontar con Cristina y desligarse de cualquier asunto negativo que haya transcurrido durante los últimos cuatro años.
A pesar de la torpeza de Macri para declarar, ganándose una contestación de Maradona a la altura de su talento, el gobierno se encuentra tan desorientado que la respuesta oficial es Alberto tomando las riendas de una entrevista en el canal insignia para refutarle sus dichos como si lo tuviera cara a cara en una discusión que no le interesa a nadie, y que tampoco la tendrían que protagonizar ellos; responsables de un país donde 4 de cada 10 personas son pobres.
El lugar de Alberto es preocupante. En cuanto al poder restringido y la calidad de sus decisiones. Cristina toma relevancia, pero en los temas que le conciernen y necesita verdaderamente que a Fernández le vaya bien. Pero Alberto, justamente es el que empieza a hacer agua, por ejemplo con las señales que envía al sector productivo con la baja mínima en las retenciones o el pedido a los gobernadores de volver para atrás que queda sobrevolando hasta el siguiente anuncio. En palabras del politólogo Andrés Malamud: «Alberto es el encargado del presente y nadie le obstruye el camino. Él es el que no avanza, quizás porque no ve a dónde lo conduce». Queda en offside como en la entrevista del martes tratando de demostrar mediante una oratoria encomiada a una Cristina que prefiere mantener los lazos con el régimen de Maduro. Fuera de tiempo. Un caso idéntico fue lo que sucedió tras la fatídica intervención en Vicentin en donde el propio Alberto empapado de decepción expresó: «Pensé que iban a salir todos a festejar». Más allá de la lectura lineal sobre el avasallamiento K contra la propiedad privada y los indicios del Instituto Patria hacia la conversión en Venezuela, esta es toda de Alberto, encargándose de aplicar un sensacionalismo perecedero.
Increíblemente quedan tres años y una elección a la vuelta de la esquina y a Alberto Fernández parece no quedarle resto para afrontar lo que viene. Abatido por una pandemia inopinada que fraguó diversos esquemas planificados, es el momento para tomar el timón de la economía y realizar una sola acción posible para esta coyuntura. Según Federico Zapata en un artículo para la Revista Panamá: «estamos en un momento de desarrollo y acumulación, no de redistribución. Necesitamos implementar una agenda agresiva y estructural de modernización, para volver a capitalizar nuestro país y generar trabajo genuino». Fernández lo sabe y está desesperado por transmitir asomos o huellas que atraigan inversiones que concreten empleo y recuperación.
En estos días, el presidente abrió el Coloquio de Idea rompiendo con una racha de faltazos peronistas y ninguneo a un lugar que si bien no reúne al poder real, se había transformado casi en un centro de campaña PRO. Es más, Cristina en su momento llegó a decir: «quiero hablar con los titulares». Luego visitó por primera vez el yacimiento de Vaca Muerta presentando el Plan Gas que «permitirá armonizar la situación entre el precio necesario que fomenta inversiones con la tarifa que puede afrontar el usuario residencial» según el comunicado oficial. Las reglas de juego claras y la estabilidad cambiaria que prometen estas visitas se encuentran dentro de la retórica pro empresaria que lleva a cabo el gobierno para sobrellevar este momento que llena el sendero de dudas ante una brecha sin precedentes y la emisión de pesos, que para tomar dimensión es de $100.000 por segundo.
Lo más curioso en esta arremetida simbólica del gobierno fue la visita de Kicillof a una planta de Shell en Avellaneda en donde se anunció una inversión de 715 millones de dólares. Axel, el que responsabilizó a la empresa por maniobras especulativas que provocaron la corrida cambiaria en 2014. Néstor, el que llamó a un boicot contra la petrolera en el 2005 frente a la decisión de aumentar los precios de la nafta y el gasoil. Deng Xiaoping, líder de la apertura económica china, sostenía una frase perfecta para la ocasión: «no importa que el gato sea blanco o negro, sino que cace ratones». Veremos si estas actuaciones alcanzan, por lo menos, para llegar a fin de año.
Aunque la agenda paralela del Frente de Todos está pendiente en remover jueces y le resulta indiferente la otra cara de esta agobiante fractura como es la toma en Guernica, en donde el presidente se ha expresado pocas veces y de manera apática sobre el tema. Sin embargo la responsabilidad es conjunta ya que a la hora de generar soluciones que contrarresten esta situación subyacen los debates inherentes a la política argentina en los últimos diez años. Entrevista en TN frente a entrevista en C5N. Marcha contra 17 de octubre. Mientras tanto, el país se hunde en simplificaciones superfluas. No son horas de reírse.